La primera vez que lo vi no le di importancia. El último salto era muy largo y llevaba mucho tiempo dormitando en el hiperespacio.
Al llegar, noté ese tirón gravitacional que te arranca el alma y me puse alerta. Sólo había una principal, una blanca. Pasé toda la energía a escudos y entré en órbita dispuesto a cargar combustible.
Llevaba casi 15 minutos cuando lo vi: un destello fugaz de color rojo en la superficie. Los cristales no lo consideraron importante y ni siquiera oscurecieron esa zona mas de lo que ya estaban. Desapareció en un segundo, y después de interrogar a la nave –el intenso flujo de neutrinos y la radiación solar me impide darle una respuesta válida, comandante- lo dejé pasar. Después de tanto tiempo en el vacío, uno ha visto demasiadas cosas extrañas. Esta sería una más.
Una vez que cargué el combustible, me alejé. El escaneo del sistema me ofreció pocas alternativas, pero encontré una roca muerta donde podría descansar. No me llevó mucho llegar, y decidí aterrizar en un cráter no muy profundo situado en el terminador. Un cráter como cualquier otro, supuse.
Apagué los sistemas excepto los sensores pasivos y el sistema de soporte de vida. Bajé al camarote y programé la nave para que me despertara en 6 horas. Debía expulsar todas las toxinas que me habían mantenido medio despierto los últimos días. Escuchando música de hace 1500 años, me dormí.
La sirena de emergencia me despertó. Abrí los ojos y me volví hacia la pared. Ella no estaba. Caí entonces en la cuenta: estoy en la nave, en algún sitio a 4000 años luz de Colonia, solo. Despierta.
Me incorporé y pedí a la nave que me informara -Comandante, se ha detectado un objeto moviéndose en la cresta del cráter. Firma desconocida -
La nave es siempre muy precisa. “se ha detectado” significa que no ha vuelto a haber contacto. Y "firma desconocida" significa que no ha podido identificar la radiación recibida comparándola con su base de datos. Preocupante, porque alimento su base de datos todo lo que puedo; no me gustan las sorpresas.
- Nave, apaga la sirena. Activa los escudos, máxima potencia. Despliega arma principal y asegúrate de que la defensa de punto esté activa.
Llegué a la cabina corriendo. Revisé los datos y las grabaciones, y ahí estaba. Un destello rojo en la zona este, arriba en la cresta. Y un flash de radiación en el rango de los Gigahertzios, sin modular. La grabación no aportaba mucha mas información. Un fulgor rojo en algo que se intuía completamente esférico. Tamaño estimado, 2 metros.
Empecé a hacer cábalas: un deslizador equipado de escudo? Un escudo esférico? que gasto de energía! Un vehículo de ruedas? Tan pequeño? Me preocupaba el hecho de no haber encontrado nada al escanear la zona antes de aterrizar. Miré el reloj: solo habían pasado 4 horas desde que llegué. Por lo tanto, o alguien se ha protegido realmente bien, y la casualidad ha hecho que acabara al lado suyo –es imposible, lo sé- o alguien me había seguido.
La segunda opción no me dejaba mucha alternativa. Si seguía vivo a estas alturas, es posible que el perseguidor no me quisiera muerto. Pero poca gente se toma estas molestias por una nave científica y con un comandante limpio. Tenía que salir pitando de allí.
- Nave, comienza el encendido de los motores.
- De acuerdo, comandante. Protocolo de emergencia o normal?
- Emergencia.
Fui al camarote mientras tanto y me puse el traje de vuelo. Me inyecté una dosis de Santex para estar alerta y quitarme el dolor de cabeza, y regresé a la cabina.
- Nave, anula el encendido.
- A la orden, comandante. Protocolo de encendido de emergencia al 65% , anulado.
- Activa la bahía del vehículo. Cárgalo con munición de saturación y sácalo fuera. Yo bajaré por el acceso delantero.
Había cambiado de opinión. Si alguien me había seguido hasta aquí, me seguiría donde fuera. Tenía que solucionarlo ahora.
Cuando la puerta de la esclusa se abrió, descendí lentamente en la jaula. El traje activó la calefacción en unos segundos. La temperatura era de 260 K.
Revisé el SRV desde fuera y encendí la baliza extra. La que mi nave y yo sabemos. La que no conoce nadie mas.
Entré en la cabina pero no la presuricé. Encendí los motores de impulsión por si tenía que salir corriendo de donde fuera. Me detectarían antes, y levantaría mucho polvo, pero asumí el riesgo.
Me alejé del manto protector de la nave. Ni su escudo ni sus defensas me protegerían ya. Trepé como pude por las laderas del cráter. Consulté la holopantalla con la representación del cráter antes de salir. Tenía una idea de por donde subir, pero el terreno se reveló muy deslizante en las zonas de sombra. Hielo de CO2, supuse. Cambié la ruta y pasados 5 minutos, llegué arriba. Antes de asomar el vehículo a la planicie, salí de la cabina y eché un vistazo agazapado detrás de un piedra. No se apreciaba nada. Pasé el visor a infrarrojos, a ultravioleta y a rayos X. Nada.
Me metí en el SRV y activé el soporte vital. Me quité el casco y apagué la alarma de presurización. Respiré profundamente y me sujeté la cabeza con las manos. La cabina olía a polvo y ozono y el aire frio tenía regusto metálico. Salí a campo abierto para encontrarme con una llanura infinita salpicada de gris oscuro aquí y allí, y llegué con el vehículo a la zona donde se había recibido la señal. El escaneo del suelo no mostraba nada. No había huellas en el polvo, ni zonas quemadas, ni restos. Nada.
Decidí alejarme siguiendo el rumbo que unía la nave con la zona donde nos habían escaneado. Con un poco de suerte, lo que fuera que había venido lo habría hecho por la ruta mas fácil. Comencé a alejarme kilómetro tras kilómetro. No había ningún rastro que seguir, nada sospechoso. Pedí a la nave que me enviara un holograma de la zona circundante, tal y como la escaneó cuando llegamos. No había nada en kilómetros a la redonda del cráter, que se mostraba vacío en la imagen. Tracé la ruta que estaba siguiendo y la alargué lo que pude. El rumbo interceptaba una elevación no muy alta de terreno, pero bastante escarpada en las inmediaciones. Calculé una hora de trayecto. Comprobé el combustible, el oxigeno y pedí una simulación de comunicaciones entre la nave y ese punto: todo era correcto.
El vehículo iba vibrando y saltando por encima del páramo. El sensor pasivo reflejaba pequeños meteoritos y rocas interesantes aquí y allá, pero no me desviaba de mi rumbo. Cuando estuve a 3 km de la elevación, el sensor mostró un enorme pico en todas las frecuencias. Los altavoces sonaron con un gran “clonk” durante un segundo. Y desapareció. Roté 360º, volví a encarar la elevación, pero fue inútil. Nada. Verifiqué el funcionamiento del sensor dos veces, pero era todo correcto. La galaxia es peligrosa, si. Pero un peligro es mas fácil de afrontar cuando sabes a lo que te enfrentas.
Continué hacia la elevación, pero no había forma de continuar sin dañar el casco del SRV. Tendría que continuar a pie. Di media vuelta al vehículo por si había que salir pitando, y salí de la cabina.
Mientras sacaba la mochila de emergencia del compartimento de carga, atisbé un fulgor rojo en la base de la elevación. Pensé que sería un reflejo de las luces internas del visor, pero todas estaban en verde. Me volví entonces y allí estaba. Una fulguración roja que se movía lentamente por entre los riscos de la base. Saqué el láser de soldadura y me dirigí a pie hasta allí.
El fulgor rojo se movía de lado a lado, pero hacía arriba. Lo seguí a una distancia prudencial. Aparecía como una fuente de radio en mis sensores, pero no identificable. Lo seguí hasta arriba, una zona llana de unos 40 metros de diámetro salpicada de piedras. La luz se dirigió a un punto cercano al centro y se mantuvo quieta a un metro sobre el suelo. No sabía que hacer: puse rodilla a tierra y esperé. Nada pasó, así que después de una eternidad –revisé la grabación, solo fueron 6 minutos- me decidí a avanzar. Cuando lo tenía a menos de 10 metros, desapareció de repente en una nube de polvo. Me acerqué lentamente y comprobé que una esfera reposaba en el suelo en el sitio donde antes se situaba la luz. El polvo lo había levantado la esfera al chocar contra el regolito, y en la gravedad de esta roca, ya se había disipado.
La esfera mediría un palmo de diámetro, era negra y lisa. Carecía de marcas visibles, y no emitía señales de ningún tipo. Estaba caliente: 428 K y descendiendo, pero no me atrevía a tocarla aún. Recogí una piedra y toqué la esfera con ella. Esparcí encima un poco de polvo del suelo. La iluminé con la linterna, con el laser a baja potencia, con la antena direccional de la radio. No pasaba nada.
Comprobé la temperatura de nuevo: 350 K. Podría tocarla sin problemas.
Me incorporé y miré a mi alrededor. Me acerqué al borde y miré al SRV. Seguía allí, con las luces encendidas.
Volví a la esfera y la toqué. Un escalofrío me recorrió y salí disparado hacia atrás. Abrí los ojos y me incorporé lentamente. Estaba agarrotado, pero sabía lo que había que hacer.
Bajé al vehículo y comprobé los tanques de combustible. Apagué las balizas. Me separé doscientos metros de allí y di la vuelta. Aceleré mientras me encaraba con la elevación. No podía fallar, si lo hacía nunca saldría de allí. En el momento adecuado, encendí los motores y me elevé del suelo. Comencé a hacer correcciones sin dejar de mirar el indicador de energía. Debía dejar al menos un 20% para el ajuste final. Apunté al borde del promontorio para, en el último momento, ascender un par de metros. Si me quedaba corto, me estrellaría contra el borde. Si me pasaba, saldría volando por el otro lado.
Con un gran estruendo, el SRV golpeó el suelo a unos metros del borde. Una luz roja de las seis verdes del panel derecho se encendió: había perdido un impulsor de las ruedas. Continué unos metros, pasé toda la energía a escudos y tracé un gran semicírculo para evitar derrapar y perder el control. Lo había conseguido. Estaba arriba y entero. El impulsor roto no supondría un problema.
Saqué el equipo de excavación de la bahía de carga y me puse a la tarea. Son sólo son 3 metros, me dije.
En menos de una hora tenía en mis manos el artefacto. Lo abrí de la forma adecuada y una ola de alegría me invadió. No era solamente mía.
Guardé la esfera y la pesada pieza dentro de una de las cajas de protección para muestras biológicas, y recogí todas las herramientas. Borré la memoria del excavador y lo guardé adecuadamente.
Salí de allí mas rápido de lo que entré. Al fin y al cabo, descender con el SRV es siempre mas fácil que ascender. Volví hacia el cráter y paré a unos kilómetros.
Accedí a la memoria del vehículo y cortocircuité los bancos de video. Encendí la baliza estándar y llamé a la nave.
- Nave , enciende los motores, protocolo estándar, no emergencia. –esto me daría 10 minutos para reflexionar-. No te poses: mantén posición e ízame cuando estés preparada.
Mientras me alejaba del sistema, en perpendicular a la eclíptica, borré lo que pude de las memorias de la nave. Seguro que dejé algo, pero sería fácil explicarlo. El artefacto estaba en mi cabina, vacío, a buen recaudo.
Elegí el siguiente punto de salto: un sistema con una enana roja a 38 años luz. Mientras el motor de distorsión se encargaba de deformar el espacio tiempo para mí, sonreí y miré hacia atrás, hacia mi camarote. La curiosidad no tiene límites, como el espacio. El espíritu viajero y explorador no conoce razas. Las civilizaciones nacen y mueren. El ente me buscó, me habló de sueños pasados de grandeza y esplendor, de grandes naves con las que explorar no solo la galaxia, sino el universo; me susurró canciones millones de años olvidadas, y me enseñó que el objeto último del universo es ser descifrado. Pero ahora es libre y puede descansar hasta que todo se haya convertido en una sopa de fotones. Quién sabe, quizá después de eso volvamos a encontrarnos. Ahora, tan lejos de casa, me siento menos solo.
El universo está ahí, esperando que descubramos sus secretos.
Al llegar, noté ese tirón gravitacional que te arranca el alma y me puse alerta. Sólo había una principal, una blanca. Pasé toda la energía a escudos y entré en órbita dispuesto a cargar combustible.
Llevaba casi 15 minutos cuando lo vi: un destello fugaz de color rojo en la superficie. Los cristales no lo consideraron importante y ni siquiera oscurecieron esa zona mas de lo que ya estaban. Desapareció en un segundo, y después de interrogar a la nave –el intenso flujo de neutrinos y la radiación solar me impide darle una respuesta válida, comandante- lo dejé pasar. Después de tanto tiempo en el vacío, uno ha visto demasiadas cosas extrañas. Esta sería una más.
Una vez que cargué el combustible, me alejé. El escaneo del sistema me ofreció pocas alternativas, pero encontré una roca muerta donde podría descansar. No me llevó mucho llegar, y decidí aterrizar en un cráter no muy profundo situado en el terminador. Un cráter como cualquier otro, supuse.
Apagué los sistemas excepto los sensores pasivos y el sistema de soporte de vida. Bajé al camarote y programé la nave para que me despertara en 6 horas. Debía expulsar todas las toxinas que me habían mantenido medio despierto los últimos días. Escuchando música de hace 1500 años, me dormí.
La sirena de emergencia me despertó. Abrí los ojos y me volví hacia la pared. Ella no estaba. Caí entonces en la cuenta: estoy en la nave, en algún sitio a 4000 años luz de Colonia, solo. Despierta.
Me incorporé y pedí a la nave que me informara -Comandante, se ha detectado un objeto moviéndose en la cresta del cráter. Firma desconocida -
La nave es siempre muy precisa. “se ha detectado” significa que no ha vuelto a haber contacto. Y "firma desconocida" significa que no ha podido identificar la radiación recibida comparándola con su base de datos. Preocupante, porque alimento su base de datos todo lo que puedo; no me gustan las sorpresas.
- Nave, apaga la sirena. Activa los escudos, máxima potencia. Despliega arma principal y asegúrate de que la defensa de punto esté activa.
Llegué a la cabina corriendo. Revisé los datos y las grabaciones, y ahí estaba. Un destello rojo en la zona este, arriba en la cresta. Y un flash de radiación en el rango de los Gigahertzios, sin modular. La grabación no aportaba mucha mas información. Un fulgor rojo en algo que se intuía completamente esférico. Tamaño estimado, 2 metros.
Empecé a hacer cábalas: un deslizador equipado de escudo? Un escudo esférico? que gasto de energía! Un vehículo de ruedas? Tan pequeño? Me preocupaba el hecho de no haber encontrado nada al escanear la zona antes de aterrizar. Miré el reloj: solo habían pasado 4 horas desde que llegué. Por lo tanto, o alguien se ha protegido realmente bien, y la casualidad ha hecho que acabara al lado suyo –es imposible, lo sé- o alguien me había seguido.
La segunda opción no me dejaba mucha alternativa. Si seguía vivo a estas alturas, es posible que el perseguidor no me quisiera muerto. Pero poca gente se toma estas molestias por una nave científica y con un comandante limpio. Tenía que salir pitando de allí.
- Nave, comienza el encendido de los motores.
- De acuerdo, comandante. Protocolo de emergencia o normal?
- Emergencia.
Fui al camarote mientras tanto y me puse el traje de vuelo. Me inyecté una dosis de Santex para estar alerta y quitarme el dolor de cabeza, y regresé a la cabina.
- Nave, anula el encendido.
- A la orden, comandante. Protocolo de encendido de emergencia al 65% , anulado.
- Activa la bahía del vehículo. Cárgalo con munición de saturación y sácalo fuera. Yo bajaré por el acceso delantero.
Había cambiado de opinión. Si alguien me había seguido hasta aquí, me seguiría donde fuera. Tenía que solucionarlo ahora.
Cuando la puerta de la esclusa se abrió, descendí lentamente en la jaula. El traje activó la calefacción en unos segundos. La temperatura era de 260 K.
Revisé el SRV desde fuera y encendí la baliza extra. La que mi nave y yo sabemos. La que no conoce nadie mas.
Entré en la cabina pero no la presuricé. Encendí los motores de impulsión por si tenía que salir corriendo de donde fuera. Me detectarían antes, y levantaría mucho polvo, pero asumí el riesgo.
Me alejé del manto protector de la nave. Ni su escudo ni sus defensas me protegerían ya. Trepé como pude por las laderas del cráter. Consulté la holopantalla con la representación del cráter antes de salir. Tenía una idea de por donde subir, pero el terreno se reveló muy deslizante en las zonas de sombra. Hielo de CO2, supuse. Cambié la ruta y pasados 5 minutos, llegué arriba. Antes de asomar el vehículo a la planicie, salí de la cabina y eché un vistazo agazapado detrás de un piedra. No se apreciaba nada. Pasé el visor a infrarrojos, a ultravioleta y a rayos X. Nada.
Me metí en el SRV y activé el soporte vital. Me quité el casco y apagué la alarma de presurización. Respiré profundamente y me sujeté la cabeza con las manos. La cabina olía a polvo y ozono y el aire frio tenía regusto metálico. Salí a campo abierto para encontrarme con una llanura infinita salpicada de gris oscuro aquí y allí, y llegué con el vehículo a la zona donde se había recibido la señal. El escaneo del suelo no mostraba nada. No había huellas en el polvo, ni zonas quemadas, ni restos. Nada.
Decidí alejarme siguiendo el rumbo que unía la nave con la zona donde nos habían escaneado. Con un poco de suerte, lo que fuera que había venido lo habría hecho por la ruta mas fácil. Comencé a alejarme kilómetro tras kilómetro. No había ningún rastro que seguir, nada sospechoso. Pedí a la nave que me enviara un holograma de la zona circundante, tal y como la escaneó cuando llegamos. No había nada en kilómetros a la redonda del cráter, que se mostraba vacío en la imagen. Tracé la ruta que estaba siguiendo y la alargué lo que pude. El rumbo interceptaba una elevación no muy alta de terreno, pero bastante escarpada en las inmediaciones. Calculé una hora de trayecto. Comprobé el combustible, el oxigeno y pedí una simulación de comunicaciones entre la nave y ese punto: todo era correcto.
El vehículo iba vibrando y saltando por encima del páramo. El sensor pasivo reflejaba pequeños meteoritos y rocas interesantes aquí y allá, pero no me desviaba de mi rumbo. Cuando estuve a 3 km de la elevación, el sensor mostró un enorme pico en todas las frecuencias. Los altavoces sonaron con un gran “clonk” durante un segundo. Y desapareció. Roté 360º, volví a encarar la elevación, pero fue inútil. Nada. Verifiqué el funcionamiento del sensor dos veces, pero era todo correcto. La galaxia es peligrosa, si. Pero un peligro es mas fácil de afrontar cuando sabes a lo que te enfrentas.
Continué hacia la elevación, pero no había forma de continuar sin dañar el casco del SRV. Tendría que continuar a pie. Di media vuelta al vehículo por si había que salir pitando, y salí de la cabina.
Mientras sacaba la mochila de emergencia del compartimento de carga, atisbé un fulgor rojo en la base de la elevación. Pensé que sería un reflejo de las luces internas del visor, pero todas estaban en verde. Me volví entonces y allí estaba. Una fulguración roja que se movía lentamente por entre los riscos de la base. Saqué el láser de soldadura y me dirigí a pie hasta allí.
El fulgor rojo se movía de lado a lado, pero hacía arriba. Lo seguí a una distancia prudencial. Aparecía como una fuente de radio en mis sensores, pero no identificable. Lo seguí hasta arriba, una zona llana de unos 40 metros de diámetro salpicada de piedras. La luz se dirigió a un punto cercano al centro y se mantuvo quieta a un metro sobre el suelo. No sabía que hacer: puse rodilla a tierra y esperé. Nada pasó, así que después de una eternidad –revisé la grabación, solo fueron 6 minutos- me decidí a avanzar. Cuando lo tenía a menos de 10 metros, desapareció de repente en una nube de polvo. Me acerqué lentamente y comprobé que una esfera reposaba en el suelo en el sitio donde antes se situaba la luz. El polvo lo había levantado la esfera al chocar contra el regolito, y en la gravedad de esta roca, ya se había disipado.
La esfera mediría un palmo de diámetro, era negra y lisa. Carecía de marcas visibles, y no emitía señales de ningún tipo. Estaba caliente: 428 K y descendiendo, pero no me atrevía a tocarla aún. Recogí una piedra y toqué la esfera con ella. Esparcí encima un poco de polvo del suelo. La iluminé con la linterna, con el laser a baja potencia, con la antena direccional de la radio. No pasaba nada.
Comprobé la temperatura de nuevo: 350 K. Podría tocarla sin problemas.
Me incorporé y miré a mi alrededor. Me acerqué al borde y miré al SRV. Seguía allí, con las luces encendidas.
Volví a la esfera y la toqué. Un escalofrío me recorrió y salí disparado hacia atrás. Abrí los ojos y me incorporé lentamente. Estaba agarrotado, pero sabía lo que había que hacer.
Bajé al vehículo y comprobé los tanques de combustible. Apagué las balizas. Me separé doscientos metros de allí y di la vuelta. Aceleré mientras me encaraba con la elevación. No podía fallar, si lo hacía nunca saldría de allí. En el momento adecuado, encendí los motores y me elevé del suelo. Comencé a hacer correcciones sin dejar de mirar el indicador de energía. Debía dejar al menos un 20% para el ajuste final. Apunté al borde del promontorio para, en el último momento, ascender un par de metros. Si me quedaba corto, me estrellaría contra el borde. Si me pasaba, saldría volando por el otro lado.
Con un gran estruendo, el SRV golpeó el suelo a unos metros del borde. Una luz roja de las seis verdes del panel derecho se encendió: había perdido un impulsor de las ruedas. Continué unos metros, pasé toda la energía a escudos y tracé un gran semicírculo para evitar derrapar y perder el control. Lo había conseguido. Estaba arriba y entero. El impulsor roto no supondría un problema.
Saqué el equipo de excavación de la bahía de carga y me puse a la tarea. Son sólo son 3 metros, me dije.
En menos de una hora tenía en mis manos el artefacto. Lo abrí de la forma adecuada y una ola de alegría me invadió. No era solamente mía.
Guardé la esfera y la pesada pieza dentro de una de las cajas de protección para muestras biológicas, y recogí todas las herramientas. Borré la memoria del excavador y lo guardé adecuadamente.
Salí de allí mas rápido de lo que entré. Al fin y al cabo, descender con el SRV es siempre mas fácil que ascender. Volví hacia el cráter y paré a unos kilómetros.
Accedí a la memoria del vehículo y cortocircuité los bancos de video. Encendí la baliza estándar y llamé a la nave.
- Nave , enciende los motores, protocolo estándar, no emergencia. –esto me daría 10 minutos para reflexionar-. No te poses: mantén posición e ízame cuando estés preparada.
Mientras me alejaba del sistema, en perpendicular a la eclíptica, borré lo que pude de las memorias de la nave. Seguro que dejé algo, pero sería fácil explicarlo. El artefacto estaba en mi cabina, vacío, a buen recaudo.
Elegí el siguiente punto de salto: un sistema con una enana roja a 38 años luz. Mientras el motor de distorsión se encargaba de deformar el espacio tiempo para mí, sonreí y miré hacia atrás, hacia mi camarote. La curiosidad no tiene límites, como el espacio. El espíritu viajero y explorador no conoce razas. Las civilizaciones nacen y mueren. El ente me buscó, me habló de sueños pasados de grandeza y esplendor, de grandes naves con las que explorar no solo la galaxia, sino el universo; me susurró canciones millones de años olvidadas, y me enseñó que el objeto último del universo es ser descifrado. Pero ahora es libre y puede descansar hasta que todo se haya convertido en una sopa de fotones. Quién sabe, quizá después de eso volvamos a encontrarnos. Ahora, tan lejos de casa, me siento menos solo.
El universo está ahí, esperando que descubramos sus secretos.
Last edited: