[Juno Bean] El llameante cielo azul

Sistema HIP 23716. Base planetaria Farkas Oasis. Bajo el asalto activo thargoides.
El nombre de la base, en estos momentos, era una pequeña broma del destino. Más que un oasis, era lo más parecido al infierno sobre la tierra. Una tierra abandonada de toda piedad.
La Polaris Cayó en picado sobre la estación lo más rápido posible. Mantener un rumbo directo resultaba altamente complicado debido a todas las fluctuaciones del espacio-tiempo y a los fallos de los sistemas de la nave por la presencia alienígena. Corriamos incluso el riesgo de ser derribadas por las defensas de la nave por los fallos en las comunicaciones.
Aun así nuestra tarea era sencilla y rápida. Buscar un puerto de entrada lo suficientemente despejado y aterrizar. Cargar con el mayor número de refugiados y heridos y sacarlos lo más rápidamente posible de ese infierno cáustico.
Pero al decelerar tras el planeo ya no nos pareció tan sencillo. El área está a plagada de enemigos. El caos en las comunicaciones rugiendo por los sistemas de la nave. Incluso había un riesgo muy real de chocar con naves aliadas debido a la falta de coordinación en vuelo de otras naves y de la casi inexistencia del ATC en tierra.
Aun así encontramos un hueco donde meter la mole de la anaconda y nos dispusimos a ello. Una Pista lo suficientemente grande se nos abrió para la Polaris.
En el preciso instante que comenzamos las maniobras de aterrizaje aparecieron en el cielo más naves de carga. Claramente dispuestas al mismo objetivo que nosotras. Pero a diferencia de la Polaris parecían más frágiles. Orcas, belugas y otras naves de corte más civil. No aguantarían mucho tiempo en el aire esperando un turno para entrar en la estación.
Demonios. Abortamos las maniobras de aproximación y pusimos rumbo hacia la miriada de puntos rojos mientras abríamos nuestras barquillas de armas. Cederiamos nuestro turno a esas naves mientras tratabamos de darles la cobertura necesaria para salvar a la gente aterrorizada de la colonia.
Ese tiempo no pareció acabar nunca. Los disparos no paraban de golpear a la nave, junto con los peligroso pulsos (sobre todo cerca de un cuerpo con gravedad) alienígenas. La nave se comportó bien pero ya estaba al límite de sus posibilidades.
Cuando la última orca salió disparada, como una aguja blanca apuntando al cielo rasgado, nos dispusimos por fin a aterrizar. Con el casco a la mitad de su integridad y desintegrandose por los fluidos corrosivos, tomamos tierra en una de las maniobras más bruscas que recuerdo. Suerte de aquellos refuerzos en el tren en que tanto insistimos.
Abrimos las bodegas de carga mientras aun bajaba la plataforma de aterrizaje y nos dispusimos a recibir a los refugiados mientras nos coordinabamos con los sanitarios que estabamos transportando. Eso fue lo peor. Decidir quien subía y quien no. Quien podría abandonar aquella locura (para morir tal vez en la huida) y quien tendría que esperar al siguiente transporte. Si es que volvía a haber alguno.
Gloria a la humanidad.
 
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