Ese brillo cegador. La luz azul inundando todo el campo de visión. Mi propia mente.
Y después nada. Mis retinas quemadas. Meses de terapias y ceguera. Con mi alma rota por el miedo y mis ojos ciegos hasta que los reemplazaron.
No fue un fallo mio. Es lo que dije en el informe. Es lo que quiero creer. Aunque albergue dudas sobre lo ocurrido.
Todo ocurrió en la academia de la federación de pilotos. Mi carrera era buena. Está mal que lo diga yo. Muy buena si me permites la falta de modestia.
La infancia no había sido muy fácil. Mi madre me dejó al cargo de instituciones cuando ella partió al espacio profundo. Si no eres colono no te permiten viajar tan joven en su flota. Solo eres un estorbo. Así que tuve que aceptar esa vida de gente desconocida diciéndome que tengo que hacer. Algo a lo que no llegas a acostumbrarme. La adolescencia fue bastante peor, te lo puedo asegurar.
¿Mi padre? Permíteme que le haga esa pregunta a mi madre si algún día la veo.
Me preparaba a vivir una anodina vida en la corteza de mi planeta natal. Atada a la gravedad de por vida, como tantos millones de almas habitan la burbuja de la humanidad. Tenía siempre la esperanza de escapar, pero en el fondo sabía que era un sueño imposible.
Salvo por el pequeño detalle, casi imperceptible, que las madres son siempre madres y velan por nosotros aunque nos separen las estrellas del firmamento. Si bien no pudo acunarme en la infancia, consolarme en la juventud. Al menos pudo procurarme un futuro entre las estrellas. Hasta que la cagué...
El permiso para entrar en la academia de la federación de pilotos vino por sorpresa. A veces no hace falta las facultades para entrar solamente. Necesitas financiación para los estudios, los seguros. Yo tenía la habilidad, la cabeza. Vamos, eso creo. No es que me esté echando flores. Pero estaba sola en este maldito mundo. Como mucho aspiraba a ser una maldita controladora de espacio puerto. Tal vez con suerte, ser esa voz que te da la entrada a la estación. ¿Pero volar? Ni de coña.
Hasta que llegó esa beca por parte de la federación. Por los servicios cumplidos por la comandante Verónica Bean. Mi madre cuidaba de mi más allá de las estrellas.
Me esforcé más que nunca. Di lo máximo de mi para conseguir deshacerme de la gravedad de mi hogar. Por mi madre. Pero sobre todo por mis sueños. La libertad es algo por lo que vale la pena pelear.
No fui la primera de mi promoción ni por asomo. Eso se lo dejo a los cerebritos de mi promoción. A mi me bastaba con el título. Que luego me dieran la chatarra que quisieran o pudiera permitirme. Qué más daba con tal de volar. Al final lo que cuenta es el resultado.
La verdad es que los años fueron muy duros. Mucha competencia. Y para alguien que no tiene padrinos, ni es un as ni un genio, solo le queda la constancia. Y creo que no lo hice tan mal.
Hasta el día que me mandaron un vuelo de tutelado a aquella baliza. Recuerdo entrar en el sistema y encontrar esa estrella azulada ocupando todo el firmamento. La pequeña dolphin que nos transportaba era como una insignificante nada incluso a esa distancia. En aquel momento me dejaron los mandos de vuelo. Mi instructor fue directo. “Ve a la baliza cerca de Algol A y baja de supercrucero”
Conforme me acercaba, esa inmensa llama azul ocupaba toda la vista. Incluso le pregunté a mi instructor si era posible que se hubiera salido de su curso inicial. Así era y por eso con el tiempo había crecido el interés en esa ruta. Con los años se hallaba tan cerca de la estrella que se convertía en un reclamo y en un dolor para los filtros de luz de las naves.
Cuando salimos de supercrucero. Paramos cerca de la señal y mi comandante se dispuso a ir con la tripulación a disfrutar de las vistas y los cócteles.
Me quedé sola en esa cabina. Cavilando. Pensé “Ya está. Ya seré comandante. Un par de test y todo...”
En aquel momento sentí la onda de espacio tiempo hacer temblar toda la nave. Mas tarde el impacto físico. Cuando me quise dar cuenta, nuestra dolphin estaba partida en dos y todo el mundo giraba vertiginosamente en la cabina. Sin control.
El haber variado de rumbo hacia la estrella había hecho que se dañaran muchos componentes de la baliza. Lo que más que un punto seguro de bajada, la convertía en una trampa mortal. Bastaba el azar de los dados para que dos naves confluyeran en el tiempo. Y así esa orca que apareció de la nada nos embistió. Nos partió por la mitad como una rama seca.
Todos los paneles se iluminaban con la energía de emergencia. Los localizadores de signos vitales de la tripulación pitando con los muertos detectados. Todos 22 tripulantes y mi comandante. Todos menos yo. Pero no tenía tiempo de ver eso. La integridad del casco de la cabina saltó por los aires segundos después. Me vi arrojada al vacío. Me vi arrojada a las fauces de Algol A.
No se que ocurrió después. El sistema de filtro de luminosidad de mi traje, falló. Aquel cielo azul brillante, llameante es lo último que he visto en mi vida. Con mis verdaderos ojos quiero decir. Fueron fracciones insignificantes de segundo. Lo suficiente para que no quemaran mi cuerpo pero mi vista acabara ahí. No recuerdo nada más de ese momento. Salvo el terror y luego la inconsciencia.
Sobreviví, claro está. La orca rescató a los cuerpos que flotaban alrededor de los restos de mi nave. A mi entre ellos.
Un tiempo después estaba preparada para recibir las consecuencias. O eso creía. Había muertos por el medio y la investigación iba a ser dura. La federación, iba a ser implacable sobre esto. Sin contar con los daños materiales. Si resultaba responsable no iba a ser fácil.
Y así fue. Con el impacto parte de mi nave golpeó a la baliza. Y desapareció en dirección a la estrella. No era posible saber si me encontraba tan cerca de la entrada de naves por fallo de la baliza o si era responsabilidad compartida con el otro navegante. El otro piloto envidentemente no iba a declarar en contra suya. Un piloto con el permiso de la federación de pilotos frente al testimonio de un cadete, único superviviente de la otra nave.
Me cayó todo el peso de la justicia. Imprudencia. Responsabilidad de muertes. Mi carrera estaba sentenciada si no mi vida. Podía acabar en una colonia penal.
El tema económico por suerte se zanjó con el seguro de la federación de pilotos. Pero estaba claro que no iba a pilotar una nave en mi vida. Jamás.
Y después nada. Mis retinas quemadas. Meses de terapias y ceguera. Con mi alma rota por el miedo y mis ojos ciegos hasta que los reemplazaron.
No fue un fallo mio. Es lo que dije en el informe. Es lo que quiero creer. Aunque albergue dudas sobre lo ocurrido.
Todo ocurrió en la academia de la federación de pilotos. Mi carrera era buena. Está mal que lo diga yo. Muy buena si me permites la falta de modestia.
La infancia no había sido muy fácil. Mi madre me dejó al cargo de instituciones cuando ella partió al espacio profundo. Si no eres colono no te permiten viajar tan joven en su flota. Solo eres un estorbo. Así que tuve que aceptar esa vida de gente desconocida diciéndome que tengo que hacer. Algo a lo que no llegas a acostumbrarme. La adolescencia fue bastante peor, te lo puedo asegurar.
¿Mi padre? Permíteme que le haga esa pregunta a mi madre si algún día la veo.
Me preparaba a vivir una anodina vida en la corteza de mi planeta natal. Atada a la gravedad de por vida, como tantos millones de almas habitan la burbuja de la humanidad. Tenía siempre la esperanza de escapar, pero en el fondo sabía que era un sueño imposible.
Salvo por el pequeño detalle, casi imperceptible, que las madres son siempre madres y velan por nosotros aunque nos separen las estrellas del firmamento. Si bien no pudo acunarme en la infancia, consolarme en la juventud. Al menos pudo procurarme un futuro entre las estrellas. Hasta que la cagué...
El permiso para entrar en la academia de la federación de pilotos vino por sorpresa. A veces no hace falta las facultades para entrar solamente. Necesitas financiación para los estudios, los seguros. Yo tenía la habilidad, la cabeza. Vamos, eso creo. No es que me esté echando flores. Pero estaba sola en este maldito mundo. Como mucho aspiraba a ser una maldita controladora de espacio puerto. Tal vez con suerte, ser esa voz que te da la entrada a la estación. ¿Pero volar? Ni de coña.
Hasta que llegó esa beca por parte de la federación. Por los servicios cumplidos por la comandante Verónica Bean. Mi madre cuidaba de mi más allá de las estrellas.
Me esforcé más que nunca. Di lo máximo de mi para conseguir deshacerme de la gravedad de mi hogar. Por mi madre. Pero sobre todo por mis sueños. La libertad es algo por lo que vale la pena pelear.
No fui la primera de mi promoción ni por asomo. Eso se lo dejo a los cerebritos de mi promoción. A mi me bastaba con el título. Que luego me dieran la chatarra que quisieran o pudiera permitirme. Qué más daba con tal de volar. Al final lo que cuenta es el resultado.
La verdad es que los años fueron muy duros. Mucha competencia. Y para alguien que no tiene padrinos, ni es un as ni un genio, solo le queda la constancia. Y creo que no lo hice tan mal.
Hasta el día que me mandaron un vuelo de tutelado a aquella baliza. Recuerdo entrar en el sistema y encontrar esa estrella azulada ocupando todo el firmamento. La pequeña dolphin que nos transportaba era como una insignificante nada incluso a esa distancia. En aquel momento me dejaron los mandos de vuelo. Mi instructor fue directo. “Ve a la baliza cerca de Algol A y baja de supercrucero”
Conforme me acercaba, esa inmensa llama azul ocupaba toda la vista. Incluso le pregunté a mi instructor si era posible que se hubiera salido de su curso inicial. Así era y por eso con el tiempo había crecido el interés en esa ruta. Con los años se hallaba tan cerca de la estrella que se convertía en un reclamo y en un dolor para los filtros de luz de las naves.
Cuando salimos de supercrucero. Paramos cerca de la señal y mi comandante se dispuso a ir con la tripulación a disfrutar de las vistas y los cócteles.
Me quedé sola en esa cabina. Cavilando. Pensé “Ya está. Ya seré comandante. Un par de test y todo...”
En aquel momento sentí la onda de espacio tiempo hacer temblar toda la nave. Mas tarde el impacto físico. Cuando me quise dar cuenta, nuestra dolphin estaba partida en dos y todo el mundo giraba vertiginosamente en la cabina. Sin control.
El haber variado de rumbo hacia la estrella había hecho que se dañaran muchos componentes de la baliza. Lo que más que un punto seguro de bajada, la convertía en una trampa mortal. Bastaba el azar de los dados para que dos naves confluyeran en el tiempo. Y así esa orca que apareció de la nada nos embistió. Nos partió por la mitad como una rama seca.
Todos los paneles se iluminaban con la energía de emergencia. Los localizadores de signos vitales de la tripulación pitando con los muertos detectados. Todos 22 tripulantes y mi comandante. Todos menos yo. Pero no tenía tiempo de ver eso. La integridad del casco de la cabina saltó por los aires segundos después. Me vi arrojada al vacío. Me vi arrojada a las fauces de Algol A.
No se que ocurrió después. El sistema de filtro de luminosidad de mi traje, falló. Aquel cielo azul brillante, llameante es lo último que he visto en mi vida. Con mis verdaderos ojos quiero decir. Fueron fracciones insignificantes de segundo. Lo suficiente para que no quemaran mi cuerpo pero mi vista acabara ahí. No recuerdo nada más de ese momento. Salvo el terror y luego la inconsciencia.
Sobreviví, claro está. La orca rescató a los cuerpos que flotaban alrededor de los restos de mi nave. A mi entre ellos.
Un tiempo después estaba preparada para recibir las consecuencias. O eso creía. Había muertos por el medio y la investigación iba a ser dura. La federación, iba a ser implacable sobre esto. Sin contar con los daños materiales. Si resultaba responsable no iba a ser fácil.
Y así fue. Con el impacto parte de mi nave golpeó a la baliza. Y desapareció en dirección a la estrella. No era posible saber si me encontraba tan cerca de la entrada de naves por fallo de la baliza o si era responsabilidad compartida con el otro navegante. El otro piloto envidentemente no iba a declarar en contra suya. Un piloto con el permiso de la federación de pilotos frente al testimonio de un cadete, único superviviente de la otra nave.
Me cayó todo el peso de la justicia. Imprudencia. Responsabilidad de muertes. Mi carrera estaba sentenciada si no mi vida. Podía acabar en una colonia penal.
El tema económico por suerte se zanjó con el seguro de la federación de pilotos. Pero estaba claro que no iba a pilotar una nave en mi vida. Jamás.
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