SANDÍA
Hola, soy Sam Yimli, alias "Sandía". Para ti soy el señor Yimli; para mis amigos, Sam; y para mis compañeros, simplemente Sandía.
¿Porqué Sandía? Hace muchos años y algunos lustros yo estaba empezando a trabajar de minero espacial en una empresa subcontratada por una gran Corporación Federal.[
Era mi período de aprendizaje y volaba de copiloto en una pequeña Adder manejada por un piloto mucho más veterano que intentaba enseñarme los secretos de la minería... ¿Cómo se llamaba aquel fulano?
Hace tanto tiempo de aquello... Si, era Anthony Melina... no, perdón, Anthony Molina. Qué bien cantaba el maldito latino aquel; recuerdo que aquellas tediosas sesiones de minería se hacían mucho más amenas con las antiguas tonadas que salían de sus prodigiosas cuerdas vocales… “Soy minero…”
Qué pena cómo terminó… pero esa es otra historia.
Nos encontrábamos minando en unos anillos metálicos de un gigante gaseoso y Antony me estaba enseñando a identificar los asteroides con las mejores vetas.
De pronto, me pareció distinguir un brillo dorado en un pequeño asteroide que se encontraba a estribor, dentro de mi campo de visión.
—¡Allí Anthony! He visto uno repleto de oro. ¡Mira! Ese de ahí—dije yo.
—Qué no, Sam, ese no tiene nada. Su forma casi esférica indica que está tan vacío como las tetas de mi abuela.
—Que te he digo que está a reventar de oro—insistí—, he visto un brillo dorado. Ha sido muy rápido, pero estoy seguro.
—Sam, no seas cabezón y hazme caso—replicó Anthony—; no merece la pena perder el tiempo con ese pedrusco.
—Por mis huevos, maldita sea, ¡te digo que vayamos a por esa puta roca!—grité a Anthony
—Sam, mira que eres cabezón… muy bien, vamos a probar, pero como no tenga nada, el coste del dron de prospección lo vas a pagar tú y, con la de sueldo que tienes, vas a estar unos meses a pan y agua.
Pusimos rumbo hacia el asteroide, lanzamos el dron de prospección y… nada. El asteroide no tenía nada de valor, solo algo de hierro y níquel que no compensaban ni un segundo de trabajo para extraerlos.
Al volver a la base fui el hazmerreir de todos mis compañeros. En la cantina, Molina le contó a todo el mundo mi equivocación y me la restregó por la cara como si fuera la de un perro.
—¡Mira que eres cabezón, Sam!—comentaba Anthony de forma jocosa—. Eres un animal de bellota, qué cerril eres. Tanta cabeza para tan poco seso, parece que tiene una sandía en vez de cabeza… ¿sandía?…. ¿Sam-día?… Jajaja, a partir de ahora te llamaremos Sandía, por ese pedazo de mollera sobre tus hombros, y por ser más cabezón y terco que una mula.
Y así me quedé… como Sam Yimli… alías “Sandía”.
Hola, soy Sam Yimli, alias "Sandía". Para ti soy el señor Yimli; para mis amigos, Sam; y para mis compañeros, simplemente Sandía.
¿Porqué Sandía? Hace muchos años y algunos lustros yo estaba empezando a trabajar de minero espacial en una empresa subcontratada por una gran Corporación Federal.[
Era mi período de aprendizaje y volaba de copiloto en una pequeña Adder manejada por un piloto mucho más veterano que intentaba enseñarme los secretos de la minería... ¿Cómo se llamaba aquel fulano?
Hace tanto tiempo de aquello... Si, era Anthony Melina... no, perdón, Anthony Molina. Qué bien cantaba el maldito latino aquel; recuerdo que aquellas tediosas sesiones de minería se hacían mucho más amenas con las antiguas tonadas que salían de sus prodigiosas cuerdas vocales… “Soy minero…”
Qué pena cómo terminó… pero esa es otra historia.
Nos encontrábamos minando en unos anillos metálicos de un gigante gaseoso y Antony me estaba enseñando a identificar los asteroides con las mejores vetas.
De pronto, me pareció distinguir un brillo dorado en un pequeño asteroide que se encontraba a estribor, dentro de mi campo de visión.
—¡Allí Anthony! He visto uno repleto de oro. ¡Mira! Ese de ahí—dije yo.
—Qué no, Sam, ese no tiene nada. Su forma casi esférica indica que está tan vacío como las tetas de mi abuela.
—Que te he digo que está a reventar de oro—insistí—, he visto un brillo dorado. Ha sido muy rápido, pero estoy seguro.
—Sam, no seas cabezón y hazme caso—replicó Anthony—; no merece la pena perder el tiempo con ese pedrusco.
—Por mis huevos, maldita sea, ¡te digo que vayamos a por esa puta roca!—grité a Anthony
—Sam, mira que eres cabezón… muy bien, vamos a probar, pero como no tenga nada, el coste del dron de prospección lo vas a pagar tú y, con la de sueldo que tienes, vas a estar unos meses a pan y agua.
Pusimos rumbo hacia el asteroide, lanzamos el dron de prospección y… nada. El asteroide no tenía nada de valor, solo algo de hierro y níquel que no compensaban ni un segundo de trabajo para extraerlos.
Al volver a la base fui el hazmerreir de todos mis compañeros. En la cantina, Molina le contó a todo el mundo mi equivocación y me la restregó por la cara como si fuera la de un perro.
—¡Mira que eres cabezón, Sam!—comentaba Anthony de forma jocosa—. Eres un animal de bellota, qué cerril eres. Tanta cabeza para tan poco seso, parece que tiene una sandía en vez de cabeza… ¿sandía?…. ¿Sam-día?… Jajaja, a partir de ahora te llamaremos Sandía, por ese pedazo de mollera sobre tus hombros, y por ser más cabezón y terco que una mula.
Y así me quedé… como Sam Yimli… alías “Sandía”.
Last edited: