Sam Yimli "Sandía"

SANDÍA
Hola, soy Sam Yimli, alias "Sandía". Para ti soy el señor Yimli; para mis amigos, Sam; y para mis compañeros, simplemente Sandía.

¿Porqué Sandía? Hace muchos años y algunos lustros yo estaba empezando a trabajar de minero espacial en una empresa subcontratada por una gran Corporación Federal.[


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Era mi período de aprendizaje y volaba de copiloto en una pequeña Adder manejada por un piloto mucho más veterano que intentaba enseñarme los secretos de la minería... ¿Cómo se llamaba aquel fulano?

Hace tanto tiempo de aquello... Si, era Anthony Melina... no, perdón, Anthony Molina. Qué bien cantaba el maldito latino aquel; recuerdo que aquellas tediosas sesiones de minería se hacían mucho más amenas con las antiguas tonadas que salían de sus prodigiosas cuerdas vocales… “Soy minero…”

Qué pena cómo terminó… pero esa es otra historia.

Nos encontrábamos minando en unos anillos metálicos de un gigante gaseoso y Antony me estaba enseñando a identificar los asteroides con las mejores vetas.

De pronto, me pareció distinguir un brillo dorado en un pequeño asteroide que se encontraba a estribor, dentro de mi campo de visión.

—¡Allí Anthony! He visto uno repleto de oro. ¡Mira! Ese de ahí—dije yo.

—Qué no, Sam, ese no tiene nada. Su forma casi esférica indica que está tan vacío como las tetas de mi abuela.

—Que te he digo que está a reventar de oro—insistí—, he visto un brillo dorado. Ha sido muy rápido, pero estoy seguro.

—Sam, no seas cabezón y hazme caso—replicó Anthony—; no merece la pena perder el tiempo con ese pedrusco.

—Por mis huevos, maldita sea, ¡te digo que vayamos a por esa puta roca!—grité a Anthony

—Sam, mira que eres cabezón… muy bien, vamos a probar, pero como no tenga nada, el coste del dron de prospección lo vas a pagar tú y, con la de sueldo que tienes, vas a estar unos meses a pan y agua.

Pusimos rumbo hacia el asteroide, lanzamos el dron de prospección y… nada. El asteroide no tenía nada de valor, solo algo de hierro y níquel que no compensaban ni un segundo de trabajo para extraerlos.

Al volver a la base fui el hazmerreir de todos mis compañeros. En la cantina, Molina le contó a todo el mundo mi equivocación y me la restregó por la cara como si fuera la de un perro.

—¡Mira que eres cabezón, Sam!—comentaba Anthony de forma jocosa—. Eres un animal de bellota, qué cerril eres. Tanta cabeza para tan poco seso, parece que tiene una sandía en vez de cabeza… ¿sandía?…. ¿Sam-día?… Jajaja, a partir de ahora te llamaremos Sandía, por ese pedazo de mollera sobre tus hombros, y por ser más cabezón y terco que una mula.

Y así me quedé… como Sam Yimli… alías “Sandía”.



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SUEÑO FEDERAL
En la Federación no existe la esclavitud. No, somos mucho más avanzados y progresistas que los arcaicos imperiales. Nuestra empatía e integridad no nos permiten tolerar algo tan moralmente deleznable como la esclavitud. Nuestra ética es superior y el ser humano se concibe como un ente libre de pensamiento y obra.

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¡¡Y - U N A - P U T A - M I E R D A!!

Yo soy un mísero asalariado de una empresa minera menor llamada
Charunder State Limited, ubicada en el Sistema Charunder y subcontratada en una infinita y laberíntica cadena de compañías cuyos eslabones finales son las grandes Corporaciones Federales.

La explotación que ejercen sobre nosotros, sus empleados, les proporciona grandes dividendos; nuestro sudor (e incluso sangre) se va filtrando por todos los recovecos, engrasando el sistema económico Federal que genera pingües beneficios a los Consorcios que, a su vez, les permiten controlar el sistema político Federal.

El aceite de oliva es un lujo escaso y muy caro fuera de los mundos agrícolas que lo producen. Pues bien, me parece que la inmensa mayoría de ciudadanos Federales somos como pequeñas aceitunas, que son prensadas por una gran rueda de molino llamada Federación; nos extraen hasta la última gota de jugo que llevamos dentro. Y el precioso producto final, un fino y delicioso aceite de oliva, es malgastado usándolo como barato aceite industrial que engrasa los engranajes de las grandes Corporaciones Federales.


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Mi escaso sueldo apenas me da para pagar el alquiler de un minúsculo y destartalado apartamento, para alimentarme de asquerosa comida basura y para permitirme el ocasional lujo de tomarme unas pocas cervezas con mis colegas en los pocos ratos libres que nos deja el duro trabajo diario.

Durante muchos años he intentado ahorrar parte de mi sueldo para poder comprarme algún día una nave que me permitiera independizarme y trabajar como piloto autónomo. Pero las naves son muy caras y, en los 20 años que llevo trabajando, solo he ahorrado unos 3.600 créditos, apenas un cuarto de lo que cuesta la nave más barata. Así que mi sueño se ha ido desvaneciendo y ahora sé que, salvo que ocurra algo extraordinario, nunca ahorraré lo suficiente para poder conseguir una nave.

La mayoría de la gente subvive de esta manera, en un estado de “semiesclavitud”. Los medios nos venden que puedes prosperar, si te aplicas con esfuerzo, tesón y talento; y de esa manera podrás conseguir mejorar tus condiciones, escalando a un estrato social superior. Esto es el llamado “Sueño Federal”.

Pero eso es una falacia. Los que están en los mejores puestos medran para “enchufar” y colocar a familiares y amigos en buenos empleos que no merecen por sus méritos y que deberían ser ocupados por personas más competentes. Y de esa manera las posibilidades de ascender en la escala social son mínimas. Si naces pobre, seguramente morirás pobre, por mucho que te esfuerces en intentar mejorar tu estatus.

Sin embargo todas estas miserias estoy a punto de cambiarlas por una vida más cómoda e interesante en los lejanos Sistemas de la
Alianza. Al menos lo voy a intentar. Lo mejor de todo es que tengo poco que perder.

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HOGAR, APESTOSO HOGAR

Desde hace unos años trabajo para Charunder State Limited, una empresa del Sistema Charunder. En concreto, pertenezco a una subdivisión minera situada en Whitworth Station, una estación de tipo Orbis que, vista de frente, recuerda vagamente a las ruedas de las bicicletas que se usan para hacer deporte en los planetas turísticos… aunque tristemente solo conozco las bicicletas de verlas en imágenes, nunca he visto una de verdad.

La estación gira sobre sí misma y da una vuelta completa cada 127 segundos; este movimiento genera cierta gravedad, mayor cuanto más lejos estás del centro. Y cuanta más gravedad quieras, mayor es el precio que deberás pagar. En el espacio exterior, una gravedad apreciable es un lujo exclusivo para los más ricos.


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Este tipo de estaciones tienen un cilindro central donde se encuentran las bahías de aterrizaje junto a las principales dependencias que, en el caso concreto de esta estación, son refinerías de minerales, minúsculos apartamentos, tiendas diversas y algunos bares, la mayoría de ellos bastante cochambrosos. A esta parte la solemos llamar “El Bloque” y su gravedad es de unas 0,13 g, un poco superior en las dependencias más exteriores.

Rodeando este robusto cilindro central suele haber dos anillos de distinto tamaño. Sin embargo, en
Whitworth Station el anillo pequeño no existe y, en su lugar, hay unos anexos auxiliares, cada uno especializado para un propósito determinado: alojamientos, almacenes, generadores de energía, etc. En algunos puntos de estos anexos se puede alcanzar hasta 0,5 g de gravedad.

El único anillo de
Whitworth Station tiene un radio de 4 km y, si tienes la suerte de poder estar allí, podrás disfrutar de una gravedad igual a la de la vieja Tierra, gracias a la conjugación de la velocidad de rotación y del radio de la circunferencia. Se trata de un toroide elegante y grácil, al cual se puede acceder desde el centro a través de unos ascensores que conectan ambas partes; siguiendo el símil de la rueda, los ascensores se podrían asemejar a los radios de la misma. A este anillo se le conoce como “La Corona”.

La Corona está reservada para los más pudientes y requiere un permiso especial para poder acceder. Dentro se ubican lujosos alojamientos con unas vistas espectaculares. También hay muchas zonas verdes y restaurantes exclusivos.

El contraste entre las partes es abismal casi de manera literal, ya que están separadas por el abismo impenetrable del espacio exterior y con los ascensores cómo único elemento de unión. Bloque y Corona, infierno y cielo, unidos por el ascensor, un delicado cordón umbilical.

El ambiente del Bloque es opresivo, casi claustrofóbico. El ruido, calor, humo y suciedad que desprenden las refinerías se cuela por cada rincón y te provocan una incomodidad vital crónica.


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En la Corona, sin embargo, todo es armonía y felicidad. La suave y fresca brisa; los sonidos relajantes del agua y los pájaros; la sublime vista del planeta al que orbita la estación, con sus grandes y volubles nubes de amoniaco que azulean el tono ocre de su superficie. La luna del planeta un poco más allá, alejada pero bien visible. Todo ello se une para crear un ambiente lo más apacible posible que pueda existir en una estación espacial.

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Mi hogar, apestoso hogar, se encuentra en el Bloque, evidentemente; a la Corona he ido muy pocas veces en los años que llevo aquí, solo de visita en ocasiones especiales, como alguna fiesta de empresa.

Bloque y Corona conforman un estupendo símil sobre la diferencia de clases que existe en la
Federación y lo complicado que es ascender desde las inferiores a la superiores. Los ascensores que las conectan tienen una capacidad muy reducida y su frecuencia de paso es casi nula.
 
FABIO

Hace unos meses empezó a trabajar en la compañía un nuevo informático llamado Fabio Pastucci, un chaval delgado, de tez morena y con el pelo oscuro recogido en una coleta. Su actitud inicial era distante y desconfiada; se notaba que era algo tímido, inseguro, nervioso, pero me pareció buena persona y decidí tantearle.

Según nos decía, había llegado a nuestra empresa porque quería nuevos retos profesionales; algo muy dudoso, ya que parchear firmware en vetustas
Keelback’s mineras no debe ser el trabajo soñado para ningún ingeniero informático.

Poco después de llegar a la empresa, Fabio vino un día a actualizar el software de la nave que me tocaba pilotar esa temporada. Se mostraba algo inquieto y reservado, pero mi innata simpatía finalmente venció su timidez y, poco a poco, nos hicimos amigos. Unos días después empezó a salir de cervezas conmigo y mis colegas.

También quedábamos a comer de vez en cuando. Tiene gran afición por la pasta y las pizzas, sus genes italianos le delataban. Y pronto descubrimos que también le gustaba consumir otro tipo de productos: las drogas, especialmente aquellas más caras, potentes y peligrosas que pueden encontrarse en las cantinas y antros de la
Federación.

Pero no puedo juzgar a nadie por asuntos como ese. Cada uno es libre de alienarse como desee para sobrellevar mejor esta denigrante vida que nos ha tocado vivir.

Al principio su uso de narcóticos estaba relativamente controlado; Fabio parecía el típico consumidor ocasional en tiempo de ocio. Pero su adicción se le empezó a ir de las manos; poco a poco iba aumentando la frecuencia y volumen de las dosis de la mierdah que se chutaba.

Los créditos se le deslizaban suavemente de los bolsillos como cuando intentas coger agua con las manos. Y Fabio cada vez estaba más sediento.


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LOTERÍA

En la Federación existen muchas loterías que nos permiten soñar con tener una lujosa vida llena de caprichos y ausente de deberes. Otra mentira de las grandes Corporaciones para ordeñarnos más si cabe.

Pero a mí me tocó una lotería muy particular al conocer a Fabio.

La empresa para la que Fabio y yo trabajamos está especializada en la extracción de minerales tanto en cinturones de asteroides como en anillos planetarios. Yo llevo un par de años minando
uraninita en un cinturón de asteroides cercano a una estrella. La uraninita es un mineral relativamente abundante y, por lo tanto muy barato. De este mineral se extrae el uranio, un metal plateado con cierta radioactividad. Se supone que los contenedores estándar son suficientes para frenar la escasa radioactividad de la uranita… al menos eso me dicen.

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En minería tradicional se suelen lanzar drones de prospección a los asteroides para conocer su composición y decidir si es rentable o no minarlos. Pero para la uraninita no se usan ya que su coste no compensa el beneficio de encontrar asteroides con mayor concentración de mineral. Simplemente se elige un asteroide no hollado y se dispara el laser de minería sobre él. Esto provoca que se desprendan numerosos fragmentos de material y queden flotando en el vacío del espacio; finalmente los drones de recolección recogen los pedazos para llevarlos a la refinería ubicada en la nave, donde se refinan los materiales que contengan y se almacenan en contenedores de la bodega de carga.

De vez en cuando, muy raramente, hallamos un asteroide trufado de minerales o metales valiosos…
platino, paladio, oro, e incluso algunos afortunados encuentran la anhelada painita. En estos casos la empresa acepta alegremente estos regalos del Padre Universo y recompensa al piloto con una palmadita en la espalda y una pequeña cantidad de créditos que apenas llegan para invitar a los colegas a una ronda de cervezas.

Cada minúsculo pedazo de asteroide que recogen los
drones queda registrado y contabilizado; evidentemente el resultado final del proceso (contenedores de minerales y metales refinados) también queda automáticamente inventariado y, al realizar la descarga, se comprueba minuciosamente que todo cuadra, por la cuenta que le trae a nuestra empresa.

El software que se encarga de realizar estos controles es responsabilidad del departamento de informática de la empresa. Fabio trabaja en dicho departamento y tiene un relativo control sobre el funcionamiento de estos sistemas.


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Últimamente se veía a Fabio cada vez más nervioso. Nos pidió dinero a algunos de nosotros, prometiéndonos devolverlo con intereses y con su gratitud infinita. Ni siquiera se molestó en mentirnos sobre la finalidad para la que necesitaba el dinero tan urgentemente. No sabe mentir y no somos tontos.

Yo le dejé unos cuantos créditos, supongo que lo justo para una dosis de
narcóticos. Sabía que era tirar el dinero pero me daba pena verle así. Le dije que era la última vez y que tenía que intentar dejar esas mierdas que se chutaba descontroladamente.

A los pocos días vino a verme a mi apartamento, mucho más tranquilo.

—Sam, hola, ¿qué tal?—me dijo amigablemente—. Gracias por lo del otro día, no lo olvidaré. Te debo una.

—Fabio, me debes una y 50 créditos, que no se te olvide—le repliqué con firmeza—. Tienes que dejarlo, supongo que es muy difícil, pero no te queda otra opción. Como sigas así vas a terminar mal, lo sabes.

—Si… estoy en ello, te lo prometo—me contestó, desviando la mirada—. Verás, para poder devolverte el dinero se me ha ocurrido una idea. Es ilegal y peligroso, pero creo que podemos hacerlo sin que nadie se dé cuenta.

—Fabio, no quiero líos, bastantes problemas tengo ya como para buscarme más.

—Sam, es fácil—me insistió— y podrías sacar bastante pasta como para dejar la empresa, comprarte una
Sidewinder baratita y buscarte la vida por tu cuenta. Justo lo que siempre has soñado, me lo has dicho muchas veces.

—No sé Fabio… en fin, cuéntamelo, por oírlo no pierdo nada.

—Mira, sé que a veces encontráis asteroides con materiales especialmente valiosos, que los mináis y que la empresa se queda con todos los beneficios. Mi idea es extraviar unas pocas unidades de estos metales valiosos, como por ejemplo
paladio, platino, oro… alguno que merezca la pena. Yo puedo arreglar el sistema de control de la nave de manera que no contabilice datos sobre dicho metal ni en los pedazos de asteroide, ni en la ranura de la refinería, ni en el contenedor del metal refinado, y que los sustituya por uraninita.

—¿Cómo?—le respondí entre sorprendido y asustado— Eso sería robar a nuestra empresa y arriesgaríamos nuestro pellejo. Si nos pillaran seguro que nos matarían. Lo veo muy peligroso, pero… en fin, ¿qué tendría que hacer yo?

—Sam, lo único que tendrías que hacer es dejarme revisar el software de tu nave—me dijo guiñándome un ojo—. Yo pondría un parche que activaría una especie de alarma y te avisaría cuando se detectara alguno de los metales preciosos en uno de los pedazos de asteroides. A partir de ese momento, el sistema informático de registro de la nave sustituiría el identificador de metal precioso por el de la
uraninita que recolectas tú. Así que dicho metal valioso sería invisible para la central, nadie lo sabría.

—No sé, veo muchas lagunas—le dije, dubitativo—… ¿cómo sacaríamos esos contenedores “fantasma” de mi nave?

—Podemos contratar a un piloto con nave propia que se citara contigo en algún lugar discreto. Tú eyectarías los contenedores del metal precioso, él los de
uraninita y ambos cogeríais el contenedor del otro. ¿Conoces a alguien que pudiera ayudarnos?

—Sí, quizás…—dije yo, pensando— tiene que ser alguien fiable y que no haga muchas preguntas. Conozco a un par de tíos que podrían servirnos. No sé, Fabio, déjame pensarlo, es un paso arriesgado y me juego mucho.

—Sí, Sam, por supuesto, tómate tu tiempo… pero no demasiado porque, si tú no quieres hacerlo, se lo voy a proponer a otro. Te lo he dicho a ti primero porque siempre te has portado muy bien conmigo y confío en ti. Además ahora es una buena ocasión por la ausencia de Volkov, que es un jodido perro de presa con gran olfato para descubrir este tipo de asuntillos turbios.

Volkov es un detective propio de la empresa, muy astuto y despiadado… se cuentan historias truculentas sobre sus métodos de interrogatorio. En esos momentos se encontraba de vacaciones y su sustituto era un detective novato que no sabría encontrar ni sus propios calzoncillos sin ayuda de su madre.

Tenía que echar cuentas para estimar la probabilidad de conseguir una
Sidewinder gracias al plan de Fabio. Platino a 19.000 créditos la tonelada; paladio a 13.000; tório a 11.000; oro y osmio a 9.000; prasedomio y samario a 8.000. El siguiente metal por orden de su valor era la plata, a 4.000 créditos la tonelada. No, la plata habría que descartarla, su valor no era suficientemente grande.

En las raras ocasiones que nos encontrábamos con un metal valioso, solían refinarse unas dos o tres toneladas del mismo. A veces hasta cuatro… y otras, desafortunadamente, solo una tonelada. Todo dependía de la composición del asteroide en cuestión.

Yo necesitaba unos 10.000 créditos que, sumados a mis ahorros, me llegarían para comprarme la
Sidewinder más “cacharra” con la que poder empezar a trabajar por mi cuenta. Otro tanto iría para Fabio. Por tanto, la suma neta a conseguir debería ser unos 20.000 créditos, preferiblemente más para poder equipar mínimamente la nave que me comprase.

A ello habría que sumar el coste de comprar la
uraninita que se sustituiría por las unidades “extraviadas” del metal precioso; el precio de la uraninita son unos 900 créditos por tonelada, por lo que las tres toneladas estimadas nos costarían unos 3.000 créditos, redondeando. Ya nos iríamos a 23.000 créditos brutos.

La contratación del piloto con el que hacer el intercambio, ¿cuánto podría costarnos? Calculé que unos 1.000 créditos, quizás algo más. Y nos haría falta alquilar una nave para poder vender el material en algún Sistema distinto al nuestro, que podría costar unos 300 créditos.

Estimé que nos harían falta unos 25.000 créditos en total, que podríamos conseguir si lográbamos refinar dos unidades de
platino o paladio; de los demás metales preciosos harían falta tres unidades por lo menos.

En caso de no llegar a la cantidad que yo necesitaba para comprarme una nave, podríamos repetir el proceso otra vez. Pero yo no quería tener que llegar a ese extremo; hacerlo una vez era muy arriesgado; hacerlo dos veces, una locura. Con algo de suerte una vez debería ser suficiente, al menos en mi caso.

Para Fabio era otra historia. Él también quería hacerlo solo una vez. Con el dinero que sacáramos, pensaba darse una juerga final de escándalo y después empezar el proceso de desintoxicación en un centro especializado en ello. Eso decía él; no sé si realmente se lo creía. Yo creo que Fabio, con abundante dinero en el bolsillo, iba a ser incapaz de superar su dependencia. El dinero se le acabaría y volvería a tirar los dados en este jueguecito que se le había ocurrido, conmigo o con otro minero. Así hasta que le pillaran.

Yo tenía que evaluar cuidadosamente los riesgos y los beneficios. Según mis cuentas, sacar los 25.000 créditos era casi una cuestión de cara o cruz; todo dependía de encontrar un metal u otro y de la cantidad que se lograra refinar del mismo.

Pero por otro lado, en caso de no intentarlo, ¿cuál era la alternativa? Una vida esforzada e inútil, sin apenas alegrías para llegar un día en que un pirata o un fallo de pilotaje o cualquier causa incontrolable me matara… lo cual quizás sería mejor que llegar a viejo sin dinero y morir de hambre o frío en algún lugar recóndito de una estación espacial olvidada.

Hace años que no tengo familia… y hay muy poco que me retenga aquí, en la
Federación; apenas un puñado de buenos amigos.

Realmente no había mucho que pensar porque tenía poco que perder. Así que al día siguiente le dije a Fabio que aceptaba su propuesta.


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Hola comandante. Siempre será bienvenido en la Alianza. Sólo tiene que decirlo.

Gracias comandante Liet_CMD, la Alianza siempre ha sido mi sueño y acepto encantado su propuesta. Pero antes tengo que conseguir una nave propia con la que poder empezar una nueva vida en la Alianza. Si Fabio y yo logramos el éxito en nuestro plan, no dude en que nos dirigiremos hacia allí.

Realmente llevo bastante tiempo sin tocar el juego, ni con este personaje ni con el principal.
Con este escribí algunas cosas más, a ver si las publico poco a poco.
Cuando lo dejé, Sam andaba por el Imperio, intentando ocultarse de sus perseguidores.

A ver si me animo y sigo con la historia, que le he cogido cariño a Sam :)
 
TODO O NADA

Debíamos actuar con rapidez para aprovechar la ausencia temporal de Volkov por vacaciones, que iba a estar un mes disfrutando de los placeres de la vida en un planeta dedicado al turismo y al ocio. Él se lo podía permitir, debía tener un sueldo elevado, acorde a su eficacia y tenacidad en la localización y eliminación de problemas para nuestra compañía minera.

El lugar de minado donde mi compañía me mandaba a trabajar todos los días era un
cinturón de asteroides metálicos que se encontraba muy próximo a la estrella Gliese 2036 B del Sistema Gwaelod. Se trataba de una zona con una baja densidad de asteroides y que únicamente tenía la peculiaridad de su alta concentración en uraninita, un mineral de escaso valor. Además, la gran proximidad de la estrella hacía muy incómodo el trabajo; la clave era mantener la nave entre la estrella y el asteroide a minar, para evitar que el brillo del astro dificultara la labor.

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Por todas estas desventajas a mi compañía minera le había resultado muy barato hacerse con la licencia de minado hace un par de años. Y me mandaba a mí allí para intentar rentabilizar su mísera inversión.

¿Tendríamos la suerte de hallar un valioso asteroide, adecuado para nuestros propósitos, durante este mes? Posiblemente sí; según mi experiencia, cada mes me encontraba con un asteroide de ese tipo. Pero a veces me pasaba hasta tres meses sin ver ninguno. Era una cuestión de suerte.


Fabio parcheó rápidamente el software de mi nave con su pequeño “Caballo de Troya”; así lo llamó él, no sé porqué… en fin, terminología propia de los “friquis” de los informáticos, que son todos muy raritos.

La contratación del piloto con el que realizar el intercambio de material que camuflara el "desvío" del material valioso fue más fácil de lo esperado. Me decanté por un conocido llamado Henri Rousseau, antiguo amigo de juergas y relativamente fiable y discreto. Poseía una
Cobra, una nave estupenda con la que podría haber hecho fortuna; sin embargo, su desidia, pereza y ausencia de sensatez económica le habían abocado a ser un transportista menor que apenas sacaba para malvivir y realizar el mantenimiento de su nave.

Regateamos un poco y al final accedió a realizar el trabajo por los 1.000 créditos previstos, sin hacer más preguntas.

Le dije que le pagaría cuando todo acabara. Henri me conocía desde hacía muchos años y sabía que podía fiarse de mi palabra. Le avisé de que él y su nave tenían que estar disponibles durante las próximas semanas. Y por último le encomendé que, a mi señal, debía comprar tres toneladas de
uraninita y cargarlas en su nave. Yo le haría una transferencia de 3.000 créditos que le permitiría efectuar la operación… dejando mi cuenta más seca que el clítoris de una vieja. Los ahorros de toda mi vida apostados a un todo o nada.

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muy buena historia cmdt, te deja con ganas de seguir leyendo, a ver si un dia hacemos una cooperacion para una historia, haz pensando en pasar tus historias al estilo podcast?, te dejo la inquietud, y estare atento a la historia esta muy buena
 
muy buena historia cmdt, te deja con ganas de seguir leyendo, a ver si un dia hacemos una cooperacion para una historia, haz pensando en pasar tus historias al estilo podcast?, te dejo la inquietud, y estare atento a la historia esta muy buena
¡Gracias tokachy! Tus historias también son muy interesantes. Lo del podcast, pues no sé... creo que soy demasiado tímido para ello, pero gracias por el ofrecimiento :)
 
Sería un fastidio que se presentara un pirata a joder el negocio. O un corsario contratado por la propia federación. Nunca está demás un servicio de escolta. Una escolta oculta para estos menesteres es lo más eficaz. Pero también más caro.
La verdad es que siento curiosidad por saber como acabará todo.
 
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