Cuaderno de bitácora, CMDR Niberobey
Año 3303. Día: lo ignoro. Mes: Lo ignoro
No sé porque me da por redactar cuadernos de vuelo a estas alturas. Quizá por recomendación de sensei Lucille. Para calmar el mal genio. Por eso y para no tener que alinear los tubos de los multicañones a mano como me ha hecho hacer un millar de veces cuando me oye maldecir a todas las deidades habidas y por haber. Sé en qué año vivo, y a veces me preocupo de saber el mes y el día. Pero la mayoría del tiempo no es que no lo sepa, es que me da exactamente igual.
Oigo a Lucille gruñir por audio cuando no me oye teclear. Le digo que no se que poner, y me aconseja que empiece por el principio. Que empiece por el principio me dice, pues aquí estoy, cerveza en mano contando mi desventurada vida como piloto de la federación.
El principio. El principio es una soberana mi**da montado en una jo***a Sidewinder, después de haberme pagado la licencia limpiando vómito, sangre y vísceras de cápsulas de escape; me gasto un pastizal y me dan una sidewinder pelada, y me dejan ahí suelto sirviendo de diana móvil para todo el mundo. Saltando de sistema en sistema, haciendo recados que nadie quiere hacer para poder pagarme algún módulo para ganar más dinero.
Una de las cosas deleznables que he hecho es recuperar cápsulas de escape, y de camino a una estación recibir una oferta de esclavismo. Pagaban más, así que acepté. “Que deshonra” dirán algunos, “por un puñado de créditos, que vergüenza”. El honor no paga el combustible ni el seguro de la nave.
Eso he aprendido: que el honor está muy bien para los libros de historia, para contar cuentos a los jovenzuelos y enseñarles el camino recto. Todavía recuerdo aquella bronca. Acababa de hacer mi primer derribo de un comandante, el primero con “Alassenya 2” mi fiable Vulture. El otro era una Cobra, un contrabandista casi inofensivo. No tercié palabra ni di cuartel, ni siquiera cuando pude comprobar que andaba más perdido que yo. Acabó explotando en mil pedacitos antes de que mi motor de distorsión tuviera tiempo de enfriarse tras salir de supercrucero. Y mientras esperaba a que se enfriara me distraje buscando la cápsula de escape, aparecieron las fuerzas de seguridad del sistema; recogieron la capsula de escape cuando la tenía a tiro (no era fácil encontrarla entre tantos restos de cápsulas de esclavos imperiales) con una reprimenda sobre la convención de la federación de pilotos de no atacar cápsulas, una lección sobre la moral, el honor y todas esas chorradas. “Decidles a esos esclavos, que su captor luchó con honor. Que pague el seguro de su nave con honor. Me pregunto si en la estación me recargarán el depósito a cambio de honor…”. Me amenazaron que si volvían a verme encañonando una cápsula dispararían sin pensar. Que majos.
Dentro de todo lo que se puede hacer para ganar dinero, legal o ilegalmente, me apasiona el combate. Depurar tus habilidades para sobrevivir un día más. Pero no busco derribar a más rivales, ni ganar más dinero. Al principio creía que si, pero no. Se trata de algo más profundo, y no sabía lo que era hasta hace unos dos meses.
Estaba con mi vulture en una zona de combate, sobreviviendo. Fueron unos instantes en los que tuve una epifanía. Estaba encañonando una FAS, una Eagle venía por mi izquierda y tuve que subir para esquivarla; la Eagle perseguía a una Taipan a la que había evitado desviando mi trayectoria 3 grados a la derecha. Mientras tanto, la FAS había girado sobre sí misma y venia hacia mi como si fuera un caballero en una justa medieval así que tiré de postquemador e hice un tirabuzón dejando al enemigo dentro del rizo, y justo al terminar subí bruscamente para no recibir de lleno los disparos de plasma de una Python enemiga que atacaba a la Eagle de antes. Aproveché para encarar la FAS y disparé con saña hasta que explotó en mil pedazos. Atravesé los trozos de casco para buscar la siguiente presa, una Type-9 que estaba siendo atacada por aliados. Esos momentos duraron apenas unos segundos, pero en esos segundos, me sentí vivo. He vuelto a tener esa sensación unas cuantas veces, sentirme realmente vivo. A veces he sobrevivido, otras he acabado flotando en mi cápsula, revisando mentalmente mis errores para no repetirlos. Pero siempre he tenido la misma sensación y el mismo pensamiento contradictorio: nunca te sentirás más vivo como al borde de la muerte.
No soy un depredador. No soy un león orgulloso que muestra sus cicatrices buscando una presa apta. Ni un lobo que va en manada cazando presas mayores. Cuando conocí a Lucille, me lo dijo y me lo aclaró:
- Eres una alimaña.
Me dijo. Yo me sorprendí y me enfadé un poco. Acababa de conocerla y fue lo primero que me dijo. Ella me lo aclaró.
- No te lo tomes a mal. No es malo. Verás, hay depredadores, y hay presas. Tú no eres una cosa ni la otra. Eres una alimaña, las alimañas son supervivientes por naturaleza. Por eso te sientes vivo cuando corres riesgo, segregas adrenalina, la necesaria para sobrevivir. Olvídate de esas chorradas sobre lo justo, lo correcto y lo incorrecto. Céntrate en lo importante, que es sobrevivir. Si sobrevives, has ganado. Piensa en esto: a día de hoy, nadie se acuerda del tigre de Tasmania, pero todos conocen las cucarachas, las ratas, las avispas…
Recordé aquella tarde, cuando aún era un muchacho que soñaba con volar. Estudiaba kenjutsu, el noble arte milenario del sable de dos manos que usaban los guerreros samurái del Japón de la vieja Tierra. Estaba cansado de recibir golpes como un animal; así de torpe soy. Así que aquel día, en el habitual duelo de práctica, no esperé al desenvaine mutuo y al saludo ritual. Lancé una patada a la empuñadura de mi rival para apartar sus manos, desenvainé su propia espada y lo golpeé hasta derribarlo. Tendido en el suelo, me miró y me dijo “¡NO TIENES HONOR!” volví a golpearlo para hacerlo callar, miré al sensei y le ofrecí la espada de mi rival: “Murió con honor” fue lo único que dije. No hubo reprimenda. Cogió la espada de madera con la habitual cortesía y continuamos como era habitual; el vencedor seguía siendo retado hasta ser derrotado y que otro ocupara su puesto, o que todos los estudiantes se hubieran batido al menos una vez. El resto de estudiantes parecían sorprendidos por la ausencia de reprimenda y un poco asustados, porque no sabían a que atenerse conmigo, y aproveche ese sentimiento para apabullarlos y apalizarlos uno a uno, como todos y cada uno de ellos habían hecho conmigo alguna vez. Tras cada victoria, recogía sus espadas de madera y las entregaba al sensei diciendo lo mismo “murió con honor”. Aquel día, y por primera vez no abandoné el círculo de duelo. Al día siguiente la cosa fue diferente. Todos desconfiaban de mi en batalla, pero alguno seguía sugestionado, cosa que aproveché, aunque no fui invencible esa vez. Tras la práctica, el maestro dijo unas palabras que se me quedaron grabadas:
- Hoy sí he visto guerreros. Hoy si habéis temido por vuestras vidas. Vuestros enemigos no siempre compartirán vuestro camino, a veces serán sucios, rastreros y letales. No porque sean peores personas, si no porque no pueden ser mejores luchadores.
Honor es una palabra, palabras hay de muchas. Vida, sólo una.
Año 3303. Día: lo ignoro. Mes: Lo ignoro
No sé porque me da por redactar cuadernos de vuelo a estas alturas. Quizá por recomendación de sensei Lucille. Para calmar el mal genio. Por eso y para no tener que alinear los tubos de los multicañones a mano como me ha hecho hacer un millar de veces cuando me oye maldecir a todas las deidades habidas y por haber. Sé en qué año vivo, y a veces me preocupo de saber el mes y el día. Pero la mayoría del tiempo no es que no lo sepa, es que me da exactamente igual.
Oigo a Lucille gruñir por audio cuando no me oye teclear. Le digo que no se que poner, y me aconseja que empiece por el principio. Que empiece por el principio me dice, pues aquí estoy, cerveza en mano contando mi desventurada vida como piloto de la federación.
El principio. El principio es una soberana mi**da montado en una jo***a Sidewinder, después de haberme pagado la licencia limpiando vómito, sangre y vísceras de cápsulas de escape; me gasto un pastizal y me dan una sidewinder pelada, y me dejan ahí suelto sirviendo de diana móvil para todo el mundo. Saltando de sistema en sistema, haciendo recados que nadie quiere hacer para poder pagarme algún módulo para ganar más dinero.
Una de las cosas deleznables que he hecho es recuperar cápsulas de escape, y de camino a una estación recibir una oferta de esclavismo. Pagaban más, así que acepté. “Que deshonra” dirán algunos, “por un puñado de créditos, que vergüenza”. El honor no paga el combustible ni el seguro de la nave.
Eso he aprendido: que el honor está muy bien para los libros de historia, para contar cuentos a los jovenzuelos y enseñarles el camino recto. Todavía recuerdo aquella bronca. Acababa de hacer mi primer derribo de un comandante, el primero con “Alassenya 2” mi fiable Vulture. El otro era una Cobra, un contrabandista casi inofensivo. No tercié palabra ni di cuartel, ni siquiera cuando pude comprobar que andaba más perdido que yo. Acabó explotando en mil pedacitos antes de que mi motor de distorsión tuviera tiempo de enfriarse tras salir de supercrucero. Y mientras esperaba a que se enfriara me distraje buscando la cápsula de escape, aparecieron las fuerzas de seguridad del sistema; recogieron la capsula de escape cuando la tenía a tiro (no era fácil encontrarla entre tantos restos de cápsulas de esclavos imperiales) con una reprimenda sobre la convención de la federación de pilotos de no atacar cápsulas, una lección sobre la moral, el honor y todas esas chorradas. “Decidles a esos esclavos, que su captor luchó con honor. Que pague el seguro de su nave con honor. Me pregunto si en la estación me recargarán el depósito a cambio de honor…”. Me amenazaron que si volvían a verme encañonando una cápsula dispararían sin pensar. Que majos.
Dentro de todo lo que se puede hacer para ganar dinero, legal o ilegalmente, me apasiona el combate. Depurar tus habilidades para sobrevivir un día más. Pero no busco derribar a más rivales, ni ganar más dinero. Al principio creía que si, pero no. Se trata de algo más profundo, y no sabía lo que era hasta hace unos dos meses.
Estaba con mi vulture en una zona de combate, sobreviviendo. Fueron unos instantes en los que tuve una epifanía. Estaba encañonando una FAS, una Eagle venía por mi izquierda y tuve que subir para esquivarla; la Eagle perseguía a una Taipan a la que había evitado desviando mi trayectoria 3 grados a la derecha. Mientras tanto, la FAS había girado sobre sí misma y venia hacia mi como si fuera un caballero en una justa medieval así que tiré de postquemador e hice un tirabuzón dejando al enemigo dentro del rizo, y justo al terminar subí bruscamente para no recibir de lleno los disparos de plasma de una Python enemiga que atacaba a la Eagle de antes. Aproveché para encarar la FAS y disparé con saña hasta que explotó en mil pedazos. Atravesé los trozos de casco para buscar la siguiente presa, una Type-9 que estaba siendo atacada por aliados. Esos momentos duraron apenas unos segundos, pero en esos segundos, me sentí vivo. He vuelto a tener esa sensación unas cuantas veces, sentirme realmente vivo. A veces he sobrevivido, otras he acabado flotando en mi cápsula, revisando mentalmente mis errores para no repetirlos. Pero siempre he tenido la misma sensación y el mismo pensamiento contradictorio: nunca te sentirás más vivo como al borde de la muerte.
No soy un depredador. No soy un león orgulloso que muestra sus cicatrices buscando una presa apta. Ni un lobo que va en manada cazando presas mayores. Cuando conocí a Lucille, me lo dijo y me lo aclaró:
- Eres una alimaña.
Me dijo. Yo me sorprendí y me enfadé un poco. Acababa de conocerla y fue lo primero que me dijo. Ella me lo aclaró.
- No te lo tomes a mal. No es malo. Verás, hay depredadores, y hay presas. Tú no eres una cosa ni la otra. Eres una alimaña, las alimañas son supervivientes por naturaleza. Por eso te sientes vivo cuando corres riesgo, segregas adrenalina, la necesaria para sobrevivir. Olvídate de esas chorradas sobre lo justo, lo correcto y lo incorrecto. Céntrate en lo importante, que es sobrevivir. Si sobrevives, has ganado. Piensa en esto: a día de hoy, nadie se acuerda del tigre de Tasmania, pero todos conocen las cucarachas, las ratas, las avispas…
Recordé aquella tarde, cuando aún era un muchacho que soñaba con volar. Estudiaba kenjutsu, el noble arte milenario del sable de dos manos que usaban los guerreros samurái del Japón de la vieja Tierra. Estaba cansado de recibir golpes como un animal; así de torpe soy. Así que aquel día, en el habitual duelo de práctica, no esperé al desenvaine mutuo y al saludo ritual. Lancé una patada a la empuñadura de mi rival para apartar sus manos, desenvainé su propia espada y lo golpeé hasta derribarlo. Tendido en el suelo, me miró y me dijo “¡NO TIENES HONOR!” volví a golpearlo para hacerlo callar, miré al sensei y le ofrecí la espada de mi rival: “Murió con honor” fue lo único que dije. No hubo reprimenda. Cogió la espada de madera con la habitual cortesía y continuamos como era habitual; el vencedor seguía siendo retado hasta ser derrotado y que otro ocupara su puesto, o que todos los estudiantes se hubieran batido al menos una vez. El resto de estudiantes parecían sorprendidos por la ausencia de reprimenda y un poco asustados, porque no sabían a que atenerse conmigo, y aproveche ese sentimiento para apabullarlos y apalizarlos uno a uno, como todos y cada uno de ellos habían hecho conmigo alguna vez. Tras cada victoria, recogía sus espadas de madera y las entregaba al sensei diciendo lo mismo “murió con honor”. Aquel día, y por primera vez no abandoné el círculo de duelo. Al día siguiente la cosa fue diferente. Todos desconfiaban de mi en batalla, pero alguno seguía sugestionado, cosa que aproveché, aunque no fui invencible esa vez. Tras la práctica, el maestro dijo unas palabras que se me quedaron grabadas:
- Hoy sí he visto guerreros. Hoy si habéis temido por vuestras vidas. Vuestros enemigos no siempre compartirán vuestro camino, a veces serán sucios, rastreros y letales. No porque sean peores personas, si no porque no pueden ser mejores luchadores.
Honor es una palabra, palabras hay de muchas. Vida, sólo una.
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